martes, 12 de abril de 2011

TARDES DE ABRIL


Sumergida en la monotonía de una tarde de abril, observo la quietud de mi alrededor sin prestarle demasiada atención a los detalles. Sólo la luz del velador iluminia la habitación fría y desolada; en espejo se ve un reflejo vano, casi invisible que sonríe y promete regresar algún día... Observo el cielo rojizo teñido por el atardecer, una vez una vez más ven cómo el sol que nace de su vientre por la mañana, ahora muere en el horizonte desdibujado de la ciudad tristemente desolada. Entre suspiro y suspiro seco mis lágrimas con ira, preguntándome por dónde andarás si no estás a mi lado, dejando que el fantasma de tu sombra acaricie mi cabello y me susurre al oído que no gano nada con estos celos malditos, al tiempo que estrecho entre mis manos tu fotografía y te grito con la voz muda que te amo aunque me desprecies. Se oye una risa escalofriante que se confunde con un llanto ahogado; es el orgullo que se sienta a mi lado burlándose de sí mismo, confesándome que nunca creyó poder caer tan bajo como lo hizo en el momento en que rompió en llanto al verte partir... Enciendo la radio para oír una balada de recuerdos, mientras en la voz de la lluvia, escucho interpretadas tus indirectas de amor... cada palabra se clava en mí, como estaca de hielo que atravesa mi frágil alma de papel, dejando que las gotitas de tinta que se escapan de un corazón herido vaya salpicándola de manera irregular, trazando garabatos que cualquier ser humano interpretaría como una carta suicida, sin saber que sólo es la descripción indescriptible del dolor en carne y hueso, de los celos a flor de piel, y la desdicha de un amor prohibido muriendo en vida ajena: la mía misma...

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